ESENCIALISMO DEMOCRÁTICO, EL.
Algunos de los principales conceptos de la moderna teoría política sobre el Estado no son en realidad sino conceptos teológicos secularizados y arrastran por ello en su estructura lógica una serie de aporías y contradicciones características del pensamiento occidental sobre la divinidad. Ello se pone de manifiesto al estudiar las contradicciones a que conducen algunas ideas políticas como las de pueblo, voluntad popular, autogobierno o autodeterminación cuando se toman como verdades últimas que pretenden sostener por sí solas el edificio institucional de las actuales democracias. No existe algo así como una «esencia» de la democracia, sino que esta es un régimen de gobierno construido en gran parte sobre principios teóricos que son contradictorios entre sí y que se han amalgamado progresivamente en una historia conflictiva y en una práctica prudencial. Desconocer esta realidad y apelar a la regeneración de la democracia mediante la puesta de nuevo en pleno vigor de su «esencia», que estaría centrada sobre la idea de autogobierno, no conduce sino a resultados insatisfactorios.
El autor examina las contradicciones y los problemas a los que lleva el «esencialismo democrático» al hilo del análisis de una serie de tópicos de la filosofía política actual, como son los ya clásicos pares de oposición entre autogobierno y Constitución, o la democracia directa frente a la representativa, o la teoría deliberativa comparada con la contractualista liberal. Aunque también aplica este mismo punto de vista crítico del esencialismo democrático a asuntos más prácticos y contextuales, como son el tan discutido principio de autodeterminación nacional de las entidades subestatales o su reclamación de soberanía, sea exclusiva o compartida.
Se trata, en definitiva, de poner de relieve la imposibilidad de reducir la democracia a un solo principio y la necesidad de aceptar su particular condición compleja y tentativa si se desea que funcione menos insatisfactoriamente. La solución de los problemas sempiternos de nuestros regímenes de gobierno no se encuentra en dotarlos de «más democracia», sino en conseguir que esta trabaje mejor.
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